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Juzgado y crucificado

“Y a la hora novena Jesús exclamó a gran voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?’, que quiere decir: ‘¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?’ ” (Mar. 15:34).




Marcos 15 es el corazón del relato de la Pasión. Allí se presenta el juicio de Jesús, su condena, la burla de los soldados, su crucifixión, su muerte y su traslado al sepulcro. En este capítulo, los eventos son presentados con todo detalle y nitidez, probablemente porque el autor pretende que los hechos hablen por sí mismos.


Esta semana, desde la pregunta de Pilato: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”, pasando por la burla de los soldados, por el texto escrito encima de la cruz, por la burla de los líderes religiosos: “A otros salvó. A sí mismo no puede salvarse” y llegando hasta la inesperada aparición de José de Arimatea, el capítulo está lleno de dolorosas ironías que, sin embargo, revelan poderosas verdades acerca de la muerte de Jesús y de lo que ella significa.


Lee Marcos 15:1 al 15 ¿Qué sucede en estos versículos?




Poncio Pilato fue gobernador de Judea entre los años 26 y 36 d.C. No era un líder amable, y varias de sus acciones causaron consternación entre los habitantes del país (compara con Luc. 13:1). El juicio de Jesús resultó en una sentencia de muerte por blasfemia. Sin embargo, bajo el Gobierno romano, los judíos no podían ejecutar personas en la mayoría de los casos, así que trajeron a Jesús ante Pilato para que lo condenara.


El cargo contra Jesús ante Pilato no es mencionado, pero es posible deducirlo a partir de la breve pregunta que le dirige al Señor: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Mar. 15:2). En los tiempos del Antiguo Testamento, Israel ungía a sus reyes, así que no es difícil ver cómo el término Messiah (“ungido”) podía ser convertido en un presunto reclamo de homenaje propio de un rey, en competencia con el emperador. Por lo tanto, la acusación presentada ante el Sanedrín contra Jesús fue de blasfemia, mientras que la esgrimida contra él ante el gobernador fue de sedición, lo que podía conducir a la muerte.


Pilato se da cuenta de que los líderes religiosos entregaron a Jesús por envidia, pero no percibe que, al formular la pregunta a la multitud, está haciendo el juego a los dirigentes religiosos. Estos incitan a la multitud y piden la crucifixión de Jesús. Pilato retrocede. La crucifixión era una manera demasiado terrible de morir, sobre todo para alguien a quien él consideraba inocente. Cuán dolorosamente irónico es que el gobernador romano quisiera liberar al Mesías, mientras que los dirigentes religiosos lo querían crucificado.


Lee Marcos 15:15 al 20. ¿Qué hicieron los soldados a Jesús, y cuál es la relevancia de ello?




Los romanos utilizaban una severa forma de flagelación como preparación de los prisioneros para la ejecución. La víctima era despojada de su ropa, atada a un poste y azotada con un látigo de tiras de cuero en cuyos extremos adherían trozos de hueso, vidrio, piedras y clavos.


La ironía de la escena es evidente para el lector, pues Jesús es en verdad el Rey y las burlas de los soldados así lo proclaman. La acción de ellos era una parodia del saludo que daban al emperador romano con las palabras: “¡Salve, César, Emperador!” Por lo tanto, se trata de una implícita comparación con el emperador.


Estos hombres no tenían idea de lo que estaban haciendo. ¿Por qué, sin embargo, su ignorancia no los excusará el Día del Juicio?


Lee Marcos 15:21 al 38. ¿Qué terrible y dolorosa ironía aparece aquí?




En este punto del relato de la Pasión, Jesús es una víctima silenciosa, controlada por gente empeñada en su muerte. A lo largo del Evangelio, y hasta su arresto, él estuvo a cargo de la acción. Ahora, en cambio, es objeto de la actividad de otros. Aunque era un robusto predicador itinerante, la flagelación que había recibido, sumada a la falta de alimento y sueño, lo agotaron al punto de que un extraño tuvo que cargar su cruz.


En la cruz, su ropa le fue quitada y llegó a ser propiedad de los soldados, quienes echaron suertes sobre ella para ver de quién sería (compara con Sal. 22:18). La crucifixión era un método de ejecución que no significaba un derramamiento importante de sangre. Los clavos utilizados para fijar a una persona a la cruz (compara con Juan 20:24-29) atravesaban probablemente las muñecas, debajo de las palmas, donde no hay vasos sanguíneos importantes. Tanto en hebreo como en griego, la palabra traducida como “mano” puede designar tanto a esta como al antebrazo. La palma de la mano carece de las estructuras necesarias como para soportar el peso del cuerpo en una crucifixión. El nervio medio o mediano se encuentra ubicado a lo largo del antebrazo y habría sido aplastado por los clavos, provocando así un dolor insoportable en los brazos. La respiración era dificultosa. Para conseguir una buena bocanada de aire, los crucificados tenían que empujar su cuerpo hacia arriba usando como apoyo los pies clavados y flexionando sus brazos, lo cual nuevamente provocaba un dolor atroz. La asfixia por agotamiento era una de las causas de muerte.


Lee Marcos 15:33 al 41. ¿Cuáles son las únicas palabras de Jesús en la cruz que aparecen en Marcos?




Una oscuridad sobrenatural descendió sobre el Calvario desde aproximadamente el mediodía hasta las 3 de la tarde. “Cuando llegó la hora sexta (el mediodía), hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena (las 3 de la tarde)” (Mar. 15:33). Las palabras de Cristo en la cruz, cuando clama a Dios preguntándole por qué lo ha abandonado, son llamadas “el grito de desamparo”. Él está citando Salmos


Las palabras de Jesús desde la cruz son reportadas en arameo juntamente con su traducción. La expresión original traducida como “Dios mío, Dios mío” es Eloi, Eloi (transliteración del arameo ´elahi). Pudo haber parecido a los allí presentes que Jesús llamaba a Elías (´eliyyah en arameo, que significa “mi Dios es YHWH”). Ese fue precisamente el error que algunos de ellos cometieron.


Lee Marcos 15:42 al 47. ¿Cuál es la relevancia de la intervención de José de Arimatea, especialmente en vista de que los discípulos de Jesús habían desaparecido?




En este pasaje, José de Arimatea aparece por única vez en el Evangelio de Marcos. Era un miembro respetado del Sanedrín y un integrante de los grupos sociales selectos. Como hombre rico y respetado, tenía prestigio ante el gobernador, lo que explica que se atreviera a presentarse ante él para solicitar el cuerpo de Jesús. Es conmovedor que un miembro del Concilio mostrara un interés tal en el sepelio de Jesús. Mientras tanto, ¿dónde estaban los confiables discípulos?


Un detalle histórico de extrema importancia aquí es la verificación de la muerte de Jesús. Marcos 15:43 menciona el pedido del cuerpo de Jesús por parte de José. Pero Pilato quedó sorprendido al escuchar que Jesús ya había muerto (Mar. 15:44), por lo que llamó al centurión encargado de la crucifixión y le preguntó si Jesús en verdad ya había muerto. El centurión confirmó que así era.


Esto es importante porque luego algunos pretendieron que Jesús no murió en la cruz sino que solo se desmayó. El testimonio dado por el centurión al gobernador romano refuta tal pretensión. Después de todo, los romanos sabían cómo ejecutar criminales.


Cuán irónico es el hecho de que los seguidores de Jesús están “desaparecidos en acción” pero un miembro del Sanedrín, el organismo que condenó a Jesús, llega a ser el “héroe” aquí. ¿Cómo podemos asegurarnos de no desaparecer en acción en momentos cruciales?


Para estudiar y meditar


“Sobre Cristo como Sustituto y Garante de nosotros fue puesta la iniquidad de todos nosotros. Fue contado por transgresor, para que pudiese redimirnos de la condenación de la Ley. La culpabilidad de cada descendiente de Adán abrumó su corazón. La ira de Dios contra el pecado, la terrible manifestación de su desagrado por causa de la iniquidad, llenó de consternación el alma de su Hijo. Toda su vida Cristo había estado proclamando a un mundo caído las buenas nuevas de la misericordia y el amor perdonador del Padre. Su tema era la salvación aun del principal de los pecadores. Pero en esos momentos, sintiendo el terrible peso de la culpabilidad que carga sobre sí, no puede ver el rostro reconciliador del Padre. Al sentir el Salvador que de él se retraía el semblante divino en esta hora de suprema angustia, atravesó su corazón un pesar que nunca podrá comprender plenamente el hombre. Tan grande fue esa agonía que apenas le dejaba sentir el dolor físico” (DTG 713).



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